lunes, 18 de febrero de 2013

Diez Mujeres




Sinopsis:
Cada capítulo una historia narrada en primera persona, con muy distintos registros reflejo de la edad, la educación y la clase social de cada una de ellas:

Francisca: a sus cuarenta y dos años es la paciente más antigua de Natasha, y acude a terapia porque necesita dejar atrás el odio que siente hacia su madre —que los abandonó a ella y a su padre— y que acostumbra a volver contra sí misma. Para avanzar, necesita superar el trauma que nace del carácter difícil de su madre y pasar página, pero cómo lograrlo rendida ante una vida que no la llena y la atrapa en «la parálisis», como ella lo llama. 

 Mané: la más anciana de las diez, con setenta y cinco años Mané ya no es la preciosa jovencita que triunfaba sobre los escenarios. Vivió bien, cierto: tuvo un gran amor y disfrutó la vida... pero la muerte de su marido, el Rucio, la llevó a un declive del que al fin, y gracias a Natasha, va saliendo poco a poco, aunque aún le cuesta enfrentarse al deterioro físico que llega de la mano de la vejez.

Juana: alegre, directa, Juana no es de esas que se rinden al primer contratiempo. No lo hizo cuando su madre cayó enferma y se volvió tan dependiente de ella. Corría más para llegar pronto de la peluquería donde trabaja y listo, pero ahora es su hija adolescente quien parece atravesar una depresión profunda —trastorno bipolar, diagnosticaron— y ella, madre soltera como su propia madre, tiene que vérselas con un problema que le roba no ya tiempo sino fuerzas.

Simona: se define como feminista e izquierdista: «La mía es una historia muy trillada. Niña-bien-rebelde-abandona-clase-social-para-hacer-la-revolución». Divorciada y madre de dos hijas de distintos padres, piensa que los hombres no son sino objetos simbólicos —«y, créanme, se puede vivir sin tal emblema»—. Recién superados los sesenta años, tras dejar a su segunda pareja Simona vive sola en un pueblo costero, y disfruta de su soledad.

 Layla: periodista de raíces árabes, asiste a terapia para tratar de superar el trauma de una violación sufrida en Gaza y a resultas de la cual dio a luz a un niño rubio y de ojos claros a quien no consigue amar. Encerrada en el dolor, se aferró a la bebida y se enredó en la trampa de mentiras que rodean el alcoholismo. 

Luisa: de origen campesino, a sus sesenta y siete años Luisa no comprende los problemas de las mujeres ricas. Los suyos son muy distintos y vienen marcados por la pobreza y por la brecha que abrió en su vida la desaparición de su esposo Carlos poco después del golpe de Pinochet. Entonces no supo a quién dirigirse, y durante años no compartió con nadie su pena. La terapia le ayuda a salir de su dolor y a contarle la verdadera historia de la desaparición de Carlos a sus hijos, a los que hizo creer que su padre se fue de casa. 

Guadalupe: a su familia acomodada y liberal les supuso un trauma el hecho de que Lupe, como todos la llaman, «saliera del armario». Ella, que con diecinueve años no tiene el menor problema con su sexualidad, no lleva tan bien que traten de encarrilarla por donde no quiere, aunque aprovecha las horas de terapia con Natasha para hablar de su miedo a no ser aceptada.

Andrea: casada y con dos hijos, Andrea es una triunfadora, o eso pensarían muchos: con cuarenta y tres años, es ya una periodista televisiva de éxito, que posee belleza, riqueza y poder. Pero un día descubre que está enojada contra todo y no sabe por qué, de modo que decide escaparse al desierto de Atacama y allí pone en duda toda su existencia. Una crisis de ansiedad muy fuerte le hace volver sin acabar de resolver sus dudas vitales. 

Ana Rosa: terriblemente insegura, dice de ella misma que es «un ser insustancial», aunque hay mucho más tras tan duro juicio. Para empezar, las violaciones constantes de su abuelo, un hombre al que adoraba; también la repentina muerte de sus padres en un accidente de tráfico, cuando ella tenía quince años, y que la dejó a cargo de su hermano menor. Durante mucho tiempo ocultó a los demás y a sí misma los abusos a los que fue sometida, pero cuando descubre que los niños le producen la tentación de maltratarlos, se somete a terapia para librarse de esos impulsos y de la convicción de que ella misma es una mujer mala. 

Natasha: la décima mujer, la terapeuta, es la catalizadora, el hilo conductor de cada relato. En el último capítulo será su asistente quien nos cuente su historia —de origen ruso y judío, ha pasado toda su vida buscando a una medio hermana, Hanna, cinco años mayor que ella, e hija de la amante de su padre, una rusa blanca que salvó a la familia de Natasha del confinamiento en el gueto judío—. Es ella quien se despide de las nueve mujeres: llegó el momento de que vuelen solas.


Diez Mujeres de Marcela Serrano es una novela diferente a las que acostumbro leer, con un estilo coloquial y cotidiano que da la sensación de estar leyendo historias reales.
Este lenguaje es su fortaleza pero también su debilidad, pues en algunos personajes abusa de él, resultando cansado y molesto, en especial para los que no somos chilenos y no entendemos el significado de muchos modismos.

Fuera de ese detalle las historias son entrañables, vivencias de mujeres con las que es imposible no identificarse, que nos conmueven, nos sorprenden, nos hace reflexionar y se convierten en el espejo donde vemos nuestros propios miedos, nuestras carencias y nuestras negaciones.
En mi caso particular las historias que más me impresionaron fueron la de Simona y la de Mané.
El retrato tan fuerte y crudo de la soledad y la estrechez económica en la vejez de la vida de Mané es desgarrador. Una mujer que ha perdido la gloria de la belleza y la fama de su juventud y que no le queda nada más que los recuerdos.
Y Simona me pareció el personaje más divergente de todos. Una mujer sola que no sufre de soledad. Una mujer que disfruta su espacio y prefiere vivir así, en su casa cerca del mar. Hace un muy buen análisis de las mujeres que siguen el guión de la vida, sin cuestionarlo. Me resultó totalmente fascinante.

Y por supuesto, como buen libro, la lista de frases profundas, duras, hermosas es interminable, así que aquí va una selección:

- No estoy sola cuando estoy sola.

- Nada más trillado que una frase de amor. Nada más descartable.

- Me acusan de pedante porque el mundo me sobra.

- Siento que la vida comienza a fluir. Fluye y la palpo. Y aminora el miedo a la muerte...

- No importa el pasado, ya sucedió. No existe el futuro. Brindo por lo único que en verdad poseemos: el presente.

- Me angustia presenciar como las mujeres se desangran para no estar solas. ¿Quién inventó que la soledad de pareja es una tragedia?

- Feminismo: Que palabra fea se ha vuelto, satanizada, mal usada, manida, sobada.

- Lo miré irse y pensé en lo aterrador que era ser testigo de como un hombre lúcido e inteligente se transforma en un idiota, todo en un segundo.

- Nunca más seré el recipiente para la basura de mi marido.

- ... otro ser humano, porque vive contigo (...) cree que puede usarte para derramar en ti cada uno de sus desperdicios; ya sean sus rabias, sus fallas, sus frustraciones, sus inseguridades, sus miedos.

-... pero en algo muy profundo en mí se había dañado. si hubiese vuelto a presenciar una pataleta más de él, me habría deshecho, convirtiéndome en pedazos de mí misma.

- ... y sabía con toda certeza que el precio para mantener la vida con él era la concesión. Qué de peligros encierra esa palabra ¿Hasta dónde conceder sin vulnerar seriamente la identidad, sin perderse definitivamente el respeto? (...)

- Cuando pienso en mujeres casadas me pregunto ¿Cuántas de ellas están donde quieren estar?

- Las mujeres estamos poco acostumbradas a elegir, entrampadas en nuestras dependencias, desde las económicas hasta las afectivas.

- Y su nobleza para amarme... nunca conocí una igual. Nunca fue avaro con su amor, nunca lo midió, nunca lo calculó. Me amaba entera y abiertamente y jamás cerró una puerta, ni en los peores momentos.
Jamás permitió que yo me sintiera insegura de su amor, ni por un sólo segundo. Era una relación tan honda que podía desaparecer bajo ella, protegerme del mundo entero.

Arrivederci.



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